Decano Facultad de Arquitectura y Construcción
Universidad Autónoma de Chile
Los eventos ocurridos en Chile y el mundo en los últimos meses nos han obligado a reaccionar ante la imposibilidad de realizar nuestro trabajo y reuniones de la forma en que acostumbrábamos a hacerlo. Múltiples eventos y reuniones programadas fueron canceladas; se redactaron y activaron protocolos para propiciar el teletrabajo; se crearon e implementaron plataformas para dictar clases y seminarios online. Los edificios donde normalmente trabajamos paulatinamente se fueron vaciando, los bares y restaurantes cerraron y el tránsito de personas y automóviles se restringió por completo.
Tanto el llamado estallido social como el coronavirus han servido de catalizador para un fenómeno que venía sucediendo de forma más acelerada en países anglosajones y que lentamente aparecía en nuestro país.
Disminuir radicalmente la necesidad de contar con espacios de trabajo exclusivos para cada persona, privilegiando los espacios de trabajo colaborativos y flexibles que propicien reuniones presenciales solo en el caso de ser necesario y donde los escritorios sean compartidos y utilizados solo en el caso en que uno prefiera salir de su casa, podrían ser más comunes que extraños.
La disponibilidad global de ancho de banda, la capacidad prácticamente ilimitada de almacenamiento en la nube y el acceso remoto a través de dispositivos inteligentes y móviles hacen hoy relativamente fácil reemplazar el espacio físico de trabajo por un espacio colaborativo virtual, donde podemos realizar reuniones escuchándonos, viéndonos y compartiendo información a distancia.
Universidades y colegios ofrecen hoy clases y cursos online y muchas de las tareas que hasta hace unos días realizábamos en los trabajos asociados a servicios, hoy los estamos realizando desde las casas.
Antes de todo esto, algunos ya visibilizaban este cambio. La transformación de cafeterías como espacios formales de reunión y la forma en que algunas empresas inmobiliarias incorporaron en sus diseños de edificios la creación espacios co-work, demuestra que este cambio llegó para quedarse. En ambos espacios, la conectividad y comodidad resultan claves.
Este fenómeno podría en un futuro generar menor presión en el uso del transporte público y las vías urbanas; alternativas para elegir el lugar dónde trabajar o incentivar el uso de scooter, bicicletas o simplemente elegir caminar al momento de trasladarnos. Activar el concepto de barrio e impulsar la economía local desde otra mirada; encontrar el sentido de pertenencia y retomar la comunicación con los vecinos.
Estos cambios nos obligan a modificar el actual modelo de ciudad dividida en sectores funcionales que opera en nuestras urbes. Nos obligarán a mirar nuestros espacios de trabajo y vivienda con una mirada distinta, una mirada flexible y multipropósito, una mirada de barrio más que de solución habitacional y que incorpore la creciente tendencia, acelerada por los recientes eventos, a un trabajo y educación libre de horarios, lugares y fronteras.
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